Helada por la noche, con sus rojos pétalos cubiertos de hielo, rotos, dañados por las cuchillas de escarcha y lamidos por el agua maldita de ese mismo origen; deslumbrada, ciega por esa luz que dañó su mayor tesoro, marchitando y secando su corona, provocando que deseara desplomarse sobre ese suelo que era su sustento, que bajara la cabeza, y se lastimara con sus propias espinas, afiladas, inmutables al paso del tiempo, a las circunstancias; firmes, hermosas, persistentes, cumpliendo su tarea, alejando a base de dolor cualquier ente que se acerque, incluso aquello que procede de su mismo tejido. Así mismo la flor cumplió su deseo de ocultarse en ese lecho terrenal, exhalando sus últimos tesoros, deshojándose de sus propios pétalos, descubriendo al mundo su interior, su dorado corazón.
Ahora, tras episodios y etapas de autocultivo en esa tierra que le sostiene, que le ayuda, que le alimenta, que le despierta....un nuevo montículo surge de nuevo, doblemente sabia, doblemente fuerte, con deseos de luchar contra el frío de la noche que la debilitó, deseos de no dejarse deslumbrar, sino de dejarse iluminar, alimentándose de esa luz y ser reflejo de la misma; y, sobretodo, conocedora de esas espinas, que siempre estarán ahí, recordándole de un modo u otro, que no debe dejarse caer; amándolas hasta el extremo, pues son las que le recuerdan que debe seguir hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba...luchando contra tormenta, escarcha, y calor asfixiante.
"Mira en derredor florecilla, las demás te acompañan en tu crecimiento"
"Resurge de nuevo, haz de tu debilidad tu mayor fortaleza y compártela"
Retorna, alma de pluma y diestra.